Historia de La Vida Dura
por Javier Gomez Sanchez
por Javier Gomez Sanchez
Buscando otra cosa encontré, en la amarilla y polvorienta biblioteca de mi suegra, salvada de varias iniciativas de incineración o donación, de amigos mal quedaos aficionados a pedir prestado, solución literaria a mi sueño de casa con piscina siendo al menos un lugar donde sumergirse aunque al poco rato tenga que emerger estornudando. El hallazgo en cuestión fue una edición en español de Roughing It que algún traductor hispanohablante tituló La Vida Dura. Al leer el nombre del autor al momento recordé mis lecturas de puberta : Samuel Langhorne Clemens. Para los que el nombre no les diga nada prueben con el seudónimo: Mark Twain. Si aún no le dice nada es que no sabe lo que se ha perdido, pero está a tiempo todavía y si al leer Las Aventuras de Huckleberry Finn se lamenta de no vivir a orillas de un rio no importa, yo si viví cerca de uno pero compararlo al Misisipí sería un exceso de chovinismo. Samuel ,alias Mark, nació en el caserío de Florida, Misuri y trabajó en su juventud piloteando un barco de vapor en el puerto misisipeño de Hannibal. Su vida como marinero de agua dulce, y esta vez no dicho con desprecio, lo marco como escritor, al punto de firmar sus escritos con palabras sacadas de la cantaleta de los barqueros al medir la profundidad, mark twain significa marcando dos brazas, la mínima para navegar.
Si el cine ha hecho todo un subgénero a las road movies, Roughing It o La Vida Dura, puede llamarse road book, en la lengua de Borges, un libro de viajes. Narra el trayecto casi coast to coast que hiciera el autor al acompañar a su hermano Orion quien fuera nombrado Secretario del hoy Estado de Nevada, entonces considerado Territory of the Union, un lugar bueno para quienes clasificaran para cosas como salteadores de camino, proxenetas buscando nuevos mercados y afiebrados del oro o para las tres juntas. A todas estas corría el 1861.
Mark Twain no se molestó en tomar notas al saber que su hermano llevaba un diario del viaje, se lo pediría prestado en 1871 cuando se decidió a escribir sus memorias del viaje, las que se publicarían al año siguiente.
Volviendo a mi hallazgo, lo hubiese dejado de nuevo en su lugar si del ejemplar si no cayera al hojearlo una otoñal tarjeta de biblioteca pública. Nada en sus páginas aclaró a mi pesquisa sobre a cual perteneció, solo encontré esa acta de nacimiento que llevan los libros, la suya rezaba: Primera Edición en Español 1944, Ediciones Lauro, Barcelona.
Al momento me fije en las fechas plasmadas en la tarjeta por alguna disciplinada bibliotecaria, acompañada cada una por el nombre y apellidos del lector. Pase la vista sobre el record cronológico, no muy abundante, pero me provocó un asombro tremendo la notar que nuestro pequeño ejemplar había salido de los estantes a la calle en algunos de los momentos más puntillosos de la historia del pequeño país donde se leía. Sería que los lectores llenos de claustrofobia juvenil, buscaran en sus páginas de viaje una escapatoria para lo que ocurría. ¿Que debe pasar alrededor de uno para que le provoque la lectura de un libro de viajes?
Ya hecho protagonista de nuestra historia, el libro logro su primera salida de manos de Carlos Fleites, en 1952. ¿Quién sería Carlitos? ¿El hijo de una acomodada familia del trujillato? ¿Habría leído las páginas de viaje desde una fresca sala de Gazcue, en cuya puerta rezara Esta Casa es de Trujillo? ¿Habría asistido a la toma de posesión del ¨electo¨ Presidente de la Republica, Héctor Bienvenido Trujillo Molina, alias Negro, hermano de Rafael Leónidas con apellidos ídem pero alias El Jefe. ¿Habrá visto las primeras imágenes de televisión transmitidas en la Republica Dominicana por La Voz Dominicana, primer canal dominicano, propiedad de José Arismendy Trujillo Molina, alias Petán? En aquella época todo el mundo parecía tener un alias, así si uno caía en desgracia, El Jefe no tenia que forzar la memoria para dar la orden. De lo que no cabe duda, es que lo leyó a la luz de una bombilla alimentada por la Compañía de Electricidad Dominicana que ese año el Congreso reglamentó su pase de manos norteamericanas a las de la familia de apellido ídem.
Otra vez salió a la calle un día de 1955, el responsable era un tal Ulises, un nombre con carga literaria escrito en la tarjeta en un exclusivo color rojo, sin apellido. Posiblemente de camino a una misa evangélica de Andrés Rodríguez Vázquez, quien unos años antes fuera puesto en prisión por Trujillo por predicar en Tamboril contra el hábito de fumar. Había que proteger la industria nacional. Lo habría llevado al juego inaugural del nuevo Estadio Quisqueya para leer entre innings. Nunca me he explicado cómo pudo salvarse el inmueble de cargar con el nombre idem. Bajo su brazo habrá ido nuestro impreso personaje a conocer ver los nuevos edificios de la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre y tal vez este lector haya levantado su vista de sus páginas al oír el nuevo nombramiento de El Jefe: Padre de la Patria Nueva. En fin, nada nuevo. De lo que si podemos estamos seguros es de que si nuestro Ulises aparece con lápiz rojo por su inquietud política probablemente le esperaba una vida más dura que la que contaba Mark.
Volvió a los estantes bibliotecarios nuestro ejemplar hasta que lo tomo Mercedes Alba en 1959. Nunca sabré si Mercedes suspiraba mientras hojeaba un catalogo de Christian Dior, claro que no, estaría leyendo nuestro libro. Tal vez con sueños de viaje escucho pasar el avión que traía al hasta ayer presidente Fulgencio Batista que huía de una revolución en Cuba. Habría caminado con el libro por la Bolívar hasta el Supermercado Wimpy el primer super del país, donde se veían ¨casualmente¨ gente que tenían prohibido verse. Allí habría oído de barcos y aviones que llegaba con hombres que venían a derrocar El Jefe y poco después la amenaza de un merengue ¨déjenlos que lleguen los equivocados¨. Puede que la inocencia de Mercedes la hiciera prestar más atención a una revista Life que reflejara la exitosa venta en los Estados Unidos de una nueva muñeca llamada Barbie.
Luego durmió la obra de Twain por algunos años. Se perdió cel mometo cuando Juan Marichal debuto en las Grandes Ligas y la Iglesia Católica exige la liberación de los presos políticos. También la primera carrera automovilística del país y la juramentación de Balaguer. No pudo conmoverse con el vuelo de mariposas ni lo sacaron de su letargo los disparos que pusieron fin a una Era. El ascenso y caída de Juan Bosh y la primera participación de un dominicano en una olimpiada. Para cuando volvió a ver la luz, ya no lo hizo en Ciudad Trujillo, si no en la recién rebautizada Santo Domingo.
1965. En qué momento encontró la calma alguien llamado Belgise para leer en un año como ese en que se atacaron fortalezas y se defendieron puentes, y ciudad se hizo más pequeña por la cantidad de marines que la llenaron, sería difícil de decir.
Para cuando volvió a ser leído , ahora por Ana Díaz era 1971, la Banda Colora campeaba por sus respetos y recordaba al que no se lo creyera que los fantasmas existen. Al menos el fantasma de El Jefe. Se aprobaba la aceleradora ley Divorcio al Vapor para matrimonios mal llevados y Dominicana ganaba invicta la Copa del Caribe luego de quedar en último lugar el año anterior. Puede que nuestro libro haya sido preferido al de oraciones para viajar hasta Higuey a visitar la inaugurada Basílica Nuestra Señora de La Altagracia.
En ese año debe haberlo sacado mi suegra pues es el último registrado. La historia que vivieron sus lectores me ha fascinado siempre, pero el detalle más asombroso de mi descubrimiento es que todas y cada una de las anotaciones que recorren 20 años de intenso pasar del tiempo, están hecha por la misma mano. La finura del trazo revela una meticulosa bibliotecaria que me imagino una anciana con un dedo en los labios exigiendo silencio. Me pregunto si trabajará ahí todavía. Posiblemente esté esperando para jubilarse, a que mi suegra devuelva el libro.
Escrito en Santo Domingo, RD.
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