EMIGRADOS
Eduardo del Llano
eduardodelllano.com Hay un tipo de emigrado que cree que el país se detuvo donde él lo dejó. Nunca imagina edificios nuevos en la ciudad que abandona, y acoge con desconfianza noticias de que algo mejoró, de que algo no es como antes. Todo lo que venga o se produzca en Cuba, si sigue aquí, les parece imperfecto o con trasfondo. Toma por verdades absolutas las que descubre en su nuevo hogar, y piensa que sólo ahora conoce realmente cuán jodido estaba el país en que vivía.
Hay emigrados que se vuelven intratables si se encuentran con alguien que, como yo, viaja y vuelve, que ha vivido un tiempo afuera y regresa. Sospechan que eres algo más que lo que dices ser. Los hay que te quieren enseñar lo equivocado que has vivido hasta ahora. Que dan por sentado que lo que dices es mentira, que dices sólo lo que te dejan decir. Algunos no se limitan a disentir: ofenden. No soportan el éxito de quien no siguió su camino, como si por el mero hecho de no emigrar uno pusiera en tela de juicio la pertinencia de la decisión que tomaron. A algunos el bandazo los lleva a hacerse tan ferozmente de derecha que creen que, de ganar el Partido Socialista en un país europeo, a los pocos meses aparecerán allí los CDR.
Una porción de emigrados goza con mostrarse nihilista, con descreer de cuanto le enseñaron en las escuelas de su tierra. Por rechazar un sistema político rechazan también una ética que dan por contaminada. Ríen si algo que dices les suena ideologizado, y te miran como a una suerte de buen salvaje. Los más extremistas juran no regresar nunca hasta que las cosas cambien; otros vienen de visita y se esfuerzan en mostrarse solventes, libres y enterados, y hacen que te sepa amarga la cerveza a que te invitan.
El emigrado del que hablo suele despreciar, no sólo al que se queda, sino al emigrado que no piensa como él. Al emigrado que está orgulloso de serlo pero viene con humildad a visitar la ciudad que fuera suya, que todavía le pertenece. Que no habla con uno con la arrogancia del conquistador o del que inventó la democracia. Que sigue oyendo sus viejas grabaciones de Silvio o disfrutando el cine cubano. Que no tiene a los que nos quedamos por un rebaño indiferenciado y cobarde.
Por otra parte, es verdad que hay millares de emigrados a los que su país ha tratado –y trata- como a basura. Rectifico: no su país, sino el gobierno de su país. Hay muchos emigrados con los que el gobierno haría bien en disculparse. Con ellos ha cometido demasiados errores sin remedio, sí, pero hay algunos que aún podría enmendar. Debería hacerlo. Que lo veamos es otra cosa. La nobleza y la grandeza de espíritu son virtudes al alcance de los individuos, no de los gobiernos.
Hay emigrados que se vuelven intratables si se encuentran con alguien que, como yo, viaja y vuelve, que ha vivido un tiempo afuera y regresa. Sospechan que eres algo más que lo que dices ser. Los hay que te quieren enseñar lo equivocado que has vivido hasta ahora. Que dan por sentado que lo que dices es mentira, que dices sólo lo que te dejan decir. Algunos no se limitan a disentir: ofenden. No soportan el éxito de quien no siguió su camino, como si por el mero hecho de no emigrar uno pusiera en tela de juicio la pertinencia de la decisión que tomaron. A algunos el bandazo los lleva a hacerse tan ferozmente de derecha que creen que, de ganar el Partido Socialista en un país europeo, a los pocos meses aparecerán allí los CDR.
Una porción de emigrados goza con mostrarse nihilista, con descreer de cuanto le enseñaron en las escuelas de su tierra. Por rechazar un sistema político rechazan también una ética que dan por contaminada. Ríen si algo que dices les suena ideologizado, y te miran como a una suerte de buen salvaje. Los más extremistas juran no regresar nunca hasta que las cosas cambien; otros vienen de visita y se esfuerzan en mostrarse solventes, libres y enterados, y hacen que te sepa amarga la cerveza a que te invitan.
El emigrado del que hablo suele despreciar, no sólo al que se queda, sino al emigrado que no piensa como él. Al emigrado que está orgulloso de serlo pero viene con humildad a visitar la ciudad que fuera suya, que todavía le pertenece. Que no habla con uno con la arrogancia del conquistador o del que inventó la democracia. Que sigue oyendo sus viejas grabaciones de Silvio o disfrutando el cine cubano. Que no tiene a los que nos quedamos por un rebaño indiferenciado y cobarde.
Por otra parte, es verdad que hay millares de emigrados a los que su país ha tratado –y trata- como a basura. Rectifico: no su país, sino el gobierno de su país. Hay muchos emigrados con los que el gobierno haría bien en disculparse. Con ellos ha cometido demasiados errores sin remedio, sí, pero hay algunos que aún podría enmendar. Debería hacerlo. Que lo veamos es otra cosa. La nobleza y la grandeza de espíritu son virtudes al alcance de los individuos, no de los gobiernos.
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