Durante los cinco años en que la verja universitaria presagiaba un mundo más ancho de lo que en realidad puede llegar a ser, me atormentó el ansia por entrevistar a Carlos Díaz. Sentadita en las butacas del Trianón, en el piso de la Casona o en cualquier otro lugar que El Público decidiera iluminar con teatro, el hombre del abanico parecía a millas de distancia o a kilómetros de altura. Atento a cada movimiento en la escena, el director que recibía una y otra vez el Premio Villanueva por el mejor espectáculo del año, escapaba siempre a mis arranques estudiantiles de intrepidez. No me sorprende tanto, ahora, verlo esperándome en un muro del Teatro Nacional. Siéntate aquí mismo, esto está cómodo. Y mi juventud que le complace y una larga acumulación de preguntas que nunca le hicieron inquirir cuánto falta. El mundo detrás de la verja puede ser menos novelesco. Los grandes artistas ―esos― nos acompañan en el suelo y no les apura el tiempo para narrar sus sueños. Nos han advertido que “Lo que se sabe no se pregunta”1; pero aun así me arriesgo: ¿“Veinte años no es nada”? No sé los de Gardel, pero nuestros 20 años no han sido como bailar un tango. Han sido muy intensos, nos han conformado como compañía y han consolidado un público siempre al tanto de qué se está haciendo, muy exigente. Y especialmente, nos han servido para aprender mucho sobre cómo hacer teatro en esta Isla. Pertenece a la generación de los 80, aquella oleada de jóvenes directores que por esos años se incorporaron a sustituir a los grandes maestros y conformaron sus grupos... Sí, me gradué en el ‘82 de Teatrología y Dramaturgia, luego empecé a trabajar en Bejucal. Más tarde entré al Irrumpe y de ahí al Ballet Teatro de La Habana. Fue en el año ‘89 cuando vino la posibilidad de dirigir y hacer la Trilogía de teatro norteamericano. De aquella generación, soy el más viejo de todos los jóvenes y el más joven de todos los viejos: soy una especie de eslabón perdido. ¿Cuánto debe la concepción de El Público a aquel contexto en que transcurrieron sus inicios en el teatro? ¿Le sedujo alguna vez la cultura de grupo, cree en ella? El Público surge por un proyecto eventual: la Trilogía. A partir de ahí se oficializó el proyecto como una estructura viva que seguiría trabajando. Creo que la aparición de la Trilogía y de La cuarta pared, en esa época, cambió muchas cosas en manera de organizar el teatro para el futuro. Al cabo de los años me he dado cuenta de que trabajé entonces en un semillero para que otros pudieran dirigir, sobre todo los más jóvenes. De ahí que surgieran agrupaciones que hoy tienen un gran prestigio: Argos Teatro, El Ciervo encantado… grupos que estaban punteando por ser líderes teatrales, directores ansiosos por hacer buen teatro. Es muy difícil hacer teatro sin un grupo de personas; pero no creo en el concepto de grupo, sino en la intención de hacer. Creo que en el mundo entero hay compañías estables y otros directores que, si en una circunstancia dada surge una obra, se lanzan con nuevos actores. Es también una manera válida de crear. Los grupos fijos, con plantillas fijas, pueden llegar a entorpecer el trabajo mismo del teatro en un momento determinado. El grupo no es una familia: tiene que ser una conjunción de gente que le interese juntarse para un determinado proyecto; pero no estar juntos toda la vida. Por eso, aunque tengo actores fijos, voy moviendo e incorporando otros según la obra demande. Suele decir que prefiere trabajar con “grandes textos”. ¿Puede definir ese término? “Grandes textos” son buenos textos, no tiene que ser precisamente La Ilíada. Seleccionas un texto de Virgilio Piñera y estás haciendo teatro, tienes una gran escritura. No me gusta salvar el sentido de un texto, me gusta enredarme con una buena historia. Lo mismo trabajar con piezas que te complican el proceso que trabajar con la ausencia del texto: María Antonieta o la maldita circunstancia del agua por todas partes, por ejemplo, surgió en ese camino y la gente lo recuerda con mucho amor. Nuestro público es muy bueno en ese sentido. En este país, la gente que va al teatro está clara de lo que es el teatro, de por qué va al teatro y también de lo que es un buen texto. A veces, sin embargo, los que hacemos el teatro o los que critican el teatro, son los que no estamos muy claros de lo que el público quiere.
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Cartel de Teatro El Publico |
En el repertorio de la compañía vemos muchas menos piezas cubanas que extranjeras… Respeto la obra de muchos dramaturgos cubanos; pero a veces no encuentro piezas que me motiven o sencillamente siento que para algunas que sí me motivan, no es el momento. Como director, Carlos Díaz tiene una impronta muy fuerte: El público le otorga el ciento por ciento de sus éxitos o fracasos. En el proceso de montaje, ¿cuánto deja crear a los actores, al resto del equipo? Como director, sé lo que quiero y me preocupo mucho por saber qué es lo que está viviendo mi país. Creo que eso es el teatro: una caja negra y mágica en la que colocas ideas de las que la gente se nutre, confronta, es feliz, se disgusta, se las lleva a casa. Al menos, es ese el teatro que yo hago o intento hacer. No quiero contar cosas que a la gente no le interesen o cosas que yo mismo no conozca: soy un guajiro que cuenta lo poco que sabe, lo que ha vivido o lo que quiere vivir. Pero para dirigir teatro hay que tener guantes de seda. El trabajo con los actores es difícil. Los escucho mucho; sin embargo, honestamente, creo que tengo un raro encanto para llevarlos por donde quiero e incluso para llevar la obra por donde quiero. Eso me da mucha seguridad. Es un crítico teatral que hace teatro. ¿Monta y se critica al mismo tiempo? Y luego contrasto mis críticas con las de otros. Cuando entré al Instituto Superior de Arte, quería ser actor; pero en la prueba de Teatrología, Rine Leal me dijo: “actores hay muchos, pero críticos hay pocos”. Quería ser director; pero en aquella época, pensar que alguien tan joven podía dirigir era como blasfemar. En el mundo entero se tenía al director de teatro como un ente divino y no es así: un director de teatro es solo una persona que ama el teatro y sabe lo que quiere de él, para lo cual intenta hacer funcionar una célula. Sí creo que es algo difícil: lograr una producción, una química de trabajo, un montaje… lograr. Y para eso hay que criticarse todo el tiempo, no podemos darnos el lujo de esperar que al final lo hagan otros. Como artista, se caracteriza por ser un bombardero de los cánones. No obstante, a veces percibo que puede ser un arma de doble filo: algunos pueden criticar porque sí, sin entrar mucho en el análisis de lo que hay detrás de un desnudo o de un actor vestido de mujer; mientras otros sencillamente pueden llegar a aplaudir por costumbre... Estoy de acuerdo. ¿Cómo lo digiere? Nunca haciendo teatro para que me aplaudan, aunque nunca me hayan faltado los aplausos. Jamás el teatro debe hacerse para epatar ni para calentar una platea. Mi obra es el reflejo de un colectivo: El Público es un revolucionario del teatro en este país. Y lo digo con humildad. Me ha costado mucho trabajo lograr hacer teatro con toda la intensidad que quiero. Acabo de estrenar dos obras a la vez y te juro que pudiera hacer tres. Es mi forma de decir que si cada cual intenta esclarecer cuáles son sus sueños y de verdad puja por ellos, la sociedad y el mundo avanzaran mucho más. No duermo si durante ese día no he ideado algo o no he dejado algo de mí a otra generación. ¿Cómo le ha ido de profesor? Acabo de tener una clase ahora, con los muchachos de la Escuela Nacional de Arte. Estamos trabajando con Shakespeare y eso me tiene muy entusiasmado. Me gusta dar clases. Según veo el teatro, urge que el que venga detrás tenga una formación sólida, un entrenamiento, un sentido de rigor, de entrega. Desde los que me tocan, puedo transmitirles eso y me hace muy feliz. Háblame un poco de La Celestina… La Celestina fue un lindo desmadre. Se ensayó con un ciclón andando. Fue un ejercicio que hicimos de convertir en algo muy asequible un texto difícil de digerir. La labor del teatro es también esa: servir bien el texto literario, dramático. La Celestina se hizo con mucha entrega, se tradujo la fórmula del engaño, del amor y el desamor… Fue un trabajo muy especial, partiendo de la investigación sobre cómo traer el problema del mal amor a nuestros días. Y funcionó. Ahí está la placa del Trianón: hicieron la función número cien a teatro lleno. Y me consta que la gente fue feliz viéndola. La Celestina anda suelta por ahí y nosotros la organizamos para el escenario. Había gente muy insultada… ¡pero la tiene que haber! ¿Cómo subir la parada ―lo cual el público, lógicamente, demanda― cuando han visto la cima tantas veces? Un deportista y un bailarín tienen que entrenarse todos los días para llegar siempre a la meta. El teatro es algo que puedes hacer toda la vida, porque es una cajita de maldad: está siempre ahí; pero cuando se abre, estalla toda la fuerza de la palabra, del gesto, de la expresión, del diseño… Cuando uno se dedica al teatro como yo lo hago, no es posible bajar. Es como una presión arterial que se queda bien alta y no cede. Tienes siempre que clavar la bandera allá arriba. Al menos, siempre está esa intención. El resultado ya es otra cosa y depende también de quienes están del otro lado. ¿Cuán importante es el público para El Público? Hacemos teatro para la cantidad de gente que existe, no solo para quienes van a verlo. El teatro es un lujo artesanal que logra lo que ni el cine ni la televisión pueden lograr hoy: no hay artificios que se interpongan, es el ser humano que sabes que está ahí enfrente, actuando solo para ti. Hay que colocar al público bien alto, si te desconectas, pierdes la comunicación, y con ella, todo el sentido. Sin público no hay teatro. Y si la gente no te rompe la puerta para entrar y si no se quedan decenas de personas fuera porque no alcanzaron localidades… tiembla: hay algo podrido en Dinamarca. [Silencio] Sí…. Tiembla. ¿Cartas de triunfo? Los actores, especialmente. Me complace trabajar con los mejores profesionales. Y también, la conciencia de estar haciendo un teatro necesario. Están celebrando las primeras dos décadas con teatro. Hábleme de Ana y Martha y de Tango, esa pieza tan compleja… Tango fue un reto. Su autor es como nuestro Virgilio Piñera, polaco. Aparentemente es muy sencilla, ¡pero tiene una carga de buena dramaturgia…! ¿Ves?: ese es un texto grande. Sales y dices: ¡cómo me ha dicho cosas, cómo tengo que hacer cosas para entenderlo, cómo tengo que analizarme y analizar a los personajes para hablar con ellos y por ellos! Tango es una pesadilla en la carrera de un director, de un actor y de una compañía. Es una obra que molesta, ese hombre bebió de una realidad demasiado fuerte: los equivocados ahí no son los viejos, es el joven… es lo que hace grande esa obra. Las generaciones tienen que tener claros sus objetivos, ser adultas y profundas si quieren cambiar cosas. ¿Ana y Martha? ¡Ana y Martha es un regalo de la vida! No estoy en edad de retiro; pero pienso que cuando uno se acerca a esa etapa puede ponerse como esos personajes. Quise que Ysmercy Salomón y Tamara Venereo tuvieran la intensidad que tienen nuestros familiares cuando nos agobian, eso se logró. ¡Es desesperante lo de esas dos…! Se trabajó mucho en esa obra. Se ensayó en un espacio pequeño, se montó así como estamos nosotros ahora: ellas dos sentadas en un sofá, frente a mí. Es la historia de la abuela de Dea Loher, me lo dijo en el estreno.
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Puesta en escena de Icaros |
¿Qué le pareció a ella? Ella estaba encantada. En Las relaciones de Clara estaba también muy feliz. Hay quienes no se imaginan que aquí se ande en esos sentidos. En esta Isla hemos sido muy felices en el sentido de querer engrosar nuestras vidas con conocimiento, con arte. Y se está haciendo muy buen teatro en este país. Es solo cuestión de diseñar mejor una cartelera, pues de todas las artes el teatro es la más efímera. Por eso, la crítica debe ser también más sistemática: su fuerte es la formación de un público, servirle de enciclopedia. ¿Algún otro gran texto que le quite el sueño? Alicia en el país de las maravillas lo haré el año que viene. Quiero hacer una historia con 12 Alicias, que cuenten la historia de un país de maravillas. “Esta compañía ha hecho siempre lo que ha tenido que hacer en cada momento”, dijo hace poco en una entrevista. Ahora que es mayor de edad, ¿qué le toca hacer a El Público? Luchar por el cuidado del teatro…. del fenómeno Teatro, el Hacer Teatral. Y entregar más nuestra verdad en cada espectáculo, es una divisa que he tenido siempre. El teatro puede ser muy críptico; pero tiene que dejarle a la gente cosas en el alma, para que se las lleven a sus casas… El buen teatro, al menos: el que aspiro a hacer cada día, con esta compañía. 1 “Lo que se sabe no se pregunta” es la frase con que se convocó a un Coloquio por los 20 años de la compañía cubana de teatro El Público, en la UNEAC el 15 de octubre de 2010. |
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