Por Susana Mendez
Tomado de Cubarte
José Parlá vive orgulloso de ser cubano, por lo cual lo es sin duda.
El sabio Don Fernando Ortiz en su trabajo Los Factores Humanos de la Cubanidad, planteaba: “La cubanidad plena no consiste meramente en ser cubano por cualesquiera de las contingencias ambientales que han rodeado la personalidad individual y le han forjado sus condiciones; son precisas también la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser”, y es bueno recordarlo al introducir esta entrevista.
Parlá de conjunto con el fotógrafo francés JR fueron los artífices del proyecto Surcos de la ciudad, una de las más populares propuestas de la 11 Bienal de La Habana celebrada en el pasado año, y que inundó algunas paredes de la ciudad con gigantes murales cuyos protagonistas eran rostros habaneros de la tercera edad.
Recientemente JR y Parlá presentaron en La Habana el libro-catálogo y el documental resultado de este proyecto, y que recoge el proceso de producción y el intercambio que este suscitó entre los artistas y muchos habaneros.
José Parlá es nieto de Agustín Parlá Orduña (Cayo Hueso, 1887- La Habana, 1946), el primer aviador cubano, cuyo padre fue amigo de José Martí y recaudaba fondos para la revolución cubana.
Tanto el aviador como el artista nacieron en Estados Unidos; el aviador regresó a la Isla y en ella vivió y murió; al artista siempre regresa, trabaja y ama a su gente.
¿Por qué Surcos de la ciudad en Cuba?
En Cuba, primero porque yo soy de raíces cubanas y nunca conocí a mis abuelos, conocí a mis tíos y a otras familias, pero siempre añoré conocer a mis propios abuelos.
Por otra parte mi amigo JR, con quien colaboré, ya había hecho un proyecto similar en Shanghái, en China y en España, y cuando se propuso la idea de Cuba hablamos mucho porque yo conozco un poquito La Habana, y sabía que la invitación de la 11 Bienal era una gran oportunidad para el mensaje que encierra Surcos de la ciudad, que es muy humanista y hermoso.
Comenzamos a conocer casualmente a las personas en La Habana; estábamos buscando ancianos con rostros donde se apreciaran las arruguitas, que se vieran bien los surcos de sus vidas, sus experiencias, y que se pudieran comparar a una ciudad que tiene tan linda y tan profunda historia como la que tiene La Habana; esa combinación no se puede dar en otra parte del mundo.
Es una colaboración entre un artista francés y uno cubano, pero fue todo bien orgánico, no fue tan calculado, fue “vamos para Cuba, vamos a ver qué pasa”. Fue como viajar sin saber el rumbo que vamos a tener, pero todo salió bien y muy bonito.
¿Cómo comenzó a gestarse el proyecto en Cuba?
Comenzamos por un viaje acá en el que hicimos las entrevistas a cada persona y las fotografías. También en ese momento planeamos los tamaños de cada mural y solicitamos los permisos con el Ministerio de Cultura y con la Bienal de La Habana.
Luego regresamos a Nueva York y a París y determinamos todos los materiales que debíamos enviar hacia acá: las escaleras, los colores, las gomas, las diferentes pinturas, todo.
¿Cómo era el montaje? ¿Qué pinturas utilizaron y qué otras sustancias específicas para la realización y preservación de los murales?
Utilizábamos pintura acrílica, óleo, spray; las fotos las mandamos para acá en rollos que vienen en partes, que se colocan una detrás de la otra, las enumerábamos; primero limpiábamos la pared y poníamos goma, colocábamos las fotos y yo después le ponía el color que ya existía en la pared en la piel, le rompía un poco la foto para que parecía más efímera y para que combinara con los trozos de pared que ya se habían caído, y al terminar con todos los colores otra vez le pasábamos por arriba otra cobertura de la goma para preservarlos un poco más.
A veces no podíamos trabajar con escaleras porque estaba muy alto y nos colgábamos de sogas, porque conocimos unos alpinistas cubanos que nos ayudaron a treparnos y colgarnos de los edificios para poder trabajar; otras veces utilizamos camiones, también grúas. Fue una producción técnica bastante grande, de un grupo, nosotros, de ocho muchachos, más otros tres jóvenes cubanos que nos ayudaron a transportar todo.
Nos movíamos en bicicleta, a pie, en taxi, corríamos de un mural a otro, empezábamos tres cada día y no lo terminábamos sino que lo íbamos haciendo durante todo el tiempo.
¿En qué tiempo realizaron los murales?
En dos semanas hicimos los 20 murales.
¿Cómo se acoplaron su visión emotiva, sentimental, de una ciudad donde están sus raíces y su gente, con la perspectiva europea de JR, con el distanciamiento propio que esto conlleva?
Creo que fue muy bueno porque al tener una conexión emocional como la que tengo yo con Cuba, alguna vez se necesita un punto de vista que se aleje un poco y entonces ese balance, ese equilibrio, creo que ayudó mucho al proyecto.
Por otra parte mi arte es muy abstracto, tiene que ver mucho con las paredes de Cuba, que a mí siempre me dieron mucha información; JR es fotógrafo y realista en su manera de hacer el arte, pero combina sus fotos en los murales; yo también escribo sobre los murales líneas que, aunque no se puedan leer, son líneas poéticas que se pueden sentir, es como oír un ave que canta y no entiendes qué dice, pero suena lindo y te llega al alma, es algo así; el arte tiene esa forma de comunicación en la que se pueden traducir cosas que no se pueden traducir en un libro o en una película.
¿Qué les aportó el intercambio con la gente durante la realización de los murales?
Nos aportaron en forma de fuerza, de energía, de amor, de cariño, porque fue un intercambio; esto no fue un proyecto de nosotros solos, fue del pueblo de La Habana, porque no participaron solo las personas de la tercera edad que reflejamos, sino de todas las edades que estaban alrededor de todos los murales y nos ayudaban a cargar una escalera, nos traían café, nos invitaban a pasar a su casas, nos brindaban de comer galleticas, eso es parte de la colaboración, porque son muy grandes los murales y nos agotábamos; entonces no solo el café y el agua nos ayudaron, sino también las conversaciones, el entendimiento, o el no entendimiento que hacía entonces que les explicáramos. Todo esto nos daba la energía para seguir, porque era un día tras otro, desde las 6 de la mañana hasta que bajaba el sol, trabajando sin parar, era como trabajar en la construcción; toda la energía que nos dieron nos fue muy necesaria.
En el documental se recoge cómo las personas intercambiaban con ustedes las interpretaciones que daban a los murales…
Eso también nos ayudó, porque nos daba entrada a cómo era el pensamiento local.
¿Crees que participar en este proyecto transformó en algo a estos ancianos?
Pienso que sí, antes no teníamos manera de comprobarlo, pero en estos días que llevamos en Cuba sí, porque hemos pasado esta semana visitándolos, llevándoles el libro y especialmente ahora, con esta presentación del documental en el que se han visto.
En algunos casos les faltaba amor, porque muchos de ellos ya han perdido a toda su familia; hay una señora que perdió a su esposo, a sus hijos, a sus nietos, ella es la única sobreviviente de su familia.
Entonces cuando nosotros llegamos y los invitamos a participar en el proyecto, les enseñamos los murales, nos interesamos por sus vidas, los hicimos sentir importantes; eso fue un cambio en sus vidas, porque los halagamos, hicimos que sintieran que ahora están en la historia y también al verse en un libro y en una película saben que ya son historia y también conocen que no son vistos solo en Cuba, sino que presentamos la película en Londres en el Instituto de Arte Contemporáneo, en el Instituto Latinoamericano de París, en el MoMA en Nueva York, en Miami. De cierta manera, ellos viajaron con nosotros.
¿Encontró a sus abuelos en Cuba?
Mis abuelos murieron antes de que yo viniera por primera vez a Cuba en el 2003. Siempre estuve muy entusiasmado por mis abuelos, porque es una historia muy linda, la de todos.
Mi abuelo paterno, Agustín Parlá, fue el primer aviador cubano; Martí fue su padrino, y yo tengo el patrimonio de estar muy orgulloso de ser cubano, aunque no me crié aquí, porque yo siempre digo que la casa cubana no importa donde esté, puede estar lejísimo pero es autónoma, es un sistema cubano en el que los padres son los líderes y los niños son el público, puede estar en Australia, en Suiza o en Puerto Rico, donde me crié.
Para mí regresar a Cuba varias veces, conocer a mis tíos, a mis primos, fue muy importante; y trabajar con los viejitos, más todavía.
Entonces, ¿encontró a sus abuelos?
Sí, los encontré; los encontré en mis sueños, en los sonidos, hasta en las voces de los niños; los encontré en los árboles aquí en Cuba, en los museos, en el arte. Los encontré, sí los encontré.
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