El
artista expondrá por vez primera en Cuba durante los días de la Bienal de La
Habana, luego de más de 40 años viviendo en Estados Unidos. Declaraciones
exclusivas sobre su obra y su reencuentro con el lugar donde nació.
Aracelys Bedevia
Tomado de Juventud Rebelde
Jorge
Pardo es uno de esos cubanos jaraneros y conversadores, a quien de escucharle
hablar se le identifica como coterráneo sin importar donde se encuentre. Si no
fuera por lo difícil que a ratos le resulta hilvanar ideas en español, nadie
podría imaginar que este habanero de mediana estatura y sonrisa a flor de
labios creció y ha vivido la mayor parte del tiempo fuera del país.
Atraído
por el prestigio de la Bienal de La Habana, el mundialmente conocido artista
estableció contactos con el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, con el
propósito de participar en la más grande fiesta de las artes visuales cubanas.
En una corta visita realizada a la capital, previa al evento, con el propósito
de ultimar detalles relacionados con su exposición, Pardo ofreció a JR declaraciones exclusivas.
Me
siento, dijo, como si estuviera visitando Cuba por primera vez. «Tengo unas
memorias que no son muy claras. Salí de aquí en 1969 y, como siempre digo, no
me fui, me sacaron. En ese momento tenía seis años. Crecí en Chicago. Ahí fui a
la escuela hasta los 19 años, cuando me mudé a California para estudiar Artes
Visuales. Me gradué en 1988 y empecé a hacer exposiciones en Los Ángeles, Nueva
York, Alemania… Estuve cerca de diez años exhibiendo fuerte en Europa, pero
viviendo siempre en Los Ángeles. Supe de la Bienal y quise venir. Cuando
llegué, lo primero que hice fue pedirle al taxista que me llevara a ver la casa
donde nací, en el Vedado, cerca del Puente de Hierro», enfatizó.
El
encuentro con este creador aconteció dos horas después de lo acordado. «Ahh,
sí, lo olvidé y me fui a recorrer la ciudad», dijo. Minutos después ya estaba
junto a nosotros en el lobby del hotel donde se hospedó, en el Centro Histórico
de la ciudad, ofreciendo detalles de su vida y de su desempeño como artista.
«Yo
no crecí en Miami; en ese lugar hay cubanos bien conservadores. Nosotros fuimos
más realistas. En la casa no hablábamos de lo que perdimos al irnos de Cuba; lo
nuestro era ir pa’lante. En Miami hay una condición política diferente, una
trama inventada.
«Vengo
de una familia trabajadora. Mi abuelo era muy comunista en los años 30, se
llamaba Félix León y estaba en la cárcel cuando mi mamá nació. Mi papá era hijo
de español, llegó hasta cuarto grado y mi mamá era contadora y vivió en el
campo. Los dos trabajaban para compañías norteamericanas y como querían
mantener la vida que tenían se fueron. Aquí no me quedó nada, excepto que me
parezco a los cubanos. Soy un animal diferente».
Coordinar, pensar, hacer problemas visuales
A
través de Alemania le llegó a Pardo, a finales de los 90, el reconocimiento
internacional. El artista colocó sobre un lago de la ciudad de Münster una
pasarela que aguantaba una máquina expendedora de cigarrillos, dando inicio a
un importante número de trabajos en el espacio público de ese país. Unas
lámparas de colores realizadas por él cuelgan del techo del restaurante de la
sede del Parlamento germano: redondas igual que el comedor y la parte central
del edificio. Sobre las aguas del río Spree, según cuentan, se refleja su luz,
marcando el lugar en el que se dividieran el Berlín oriental y el occidental.
A
este maestro se le conoce sobre todo por sus lámparas e intervenciones en
espacios públicos. «Las lámparas son para mí como dibujos. Siempre tienen una
problemática que deviene principio de los problemas técnicos, que es la luz. Lo
que me gusta de ellas es que son máquinas que producen habilidad para ver.
Cuando pones eso en un salón de exhibición es una cosa muy pura. La forma en
que esa luz se origina se basa en los mismos principios y leyes de una pintura
abstracta», expresó.
La
propuesta que Pardo trae a la Bienal habanera es una muestra de lo que suele
hacer en su taller en California. Se trata de un robot que creará piezas, con
un diseño preconcebido, hasta llenar el espacio donde estará su exposición en
el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, la cual será inaugurada
oficialmente este 11 de mayo.
No
habrá nada al inicio. Mientras el robot esté produciendo las personas podrán
entrar e interactuar con lo que se hace. El contrato cultural más importante
para un artista, afirmó, es mostrar lo que ha creado y no necesariamente hacer
cosas para vender.
«Lo
que hago es proponer una pila de problemas. Si uno ve una obra y sabe en dos
minutos cómo leerla, es un fracaso. Pero es muy interesante si algo está
pasando, te está confundiendo y a la misma vez atrayendo. Eso es lo que sucede
cuando están mejor. La crítica más mala, más dura que puede recibir un trabajo
mío es que no se presente en una forma polimorfa y tenga solo una dimensión, y
lo más interesante es precisamente que no se puede totalizar.
«Me
interesa mucho hacer piezas que yo pueda ver a las personas mirándolas. No es
un problema sicológico ni nada de eso. A mí me gusta ver lo que hago, y cómo
siendo artista plástico se puede producir ese tipo de contacto.
«Cuando
uno piensa así el público es un componente muy importante de la obra. Las
piezas mejores mías no están en museos, sino por el mundo. Las más exitosas son
las que cualquiera consume y no solamente una persona cultural tradicional».
Una
de las características distintivas de Pardo es su capacidad para mezclar
estilos y medios. Mediante el uso de técnicas y materiales novedosos, este
creador intenta conectar el arte con la vida, al tiempo que combina el diseño
con la arquitectura, la escultura y la pintura.
«Pienso
mucho en qué es una referencia tradicional dentro de la construcción de un
objeto de arte y trato de reorganizar eso para que uno tenga de verdad que
meditar y poner su pensamiento a navegar en lo que está viendo. Para mí eso es
lo primario. Son preguntas bien fundamentales, principios fáciles: ¿Qué cosa es
una obra? ¿Cuándo deja de ser arte? Me interesa lo que produce la cultura
visual, la ambigüedad, lo inestable, desestabilizar un poco a la persona que va
a ver la pieza para que tenga que usar sus propios recursos».
A
Jorge Pardo le gusta coordinar, pensar, hacer problemas visuales «para la gente
que va a buscar una experiencia de arte». El diseño, declaró, «es muy
importante para mí porque no es arte, pero siempre ha tenido una tradición muy
simbiótica con el arte plástico. De este último viene el origen de las otras
disciplinas pragmáticas. La pintura y la escultura históricamente han sido el
vaticano de las otras formas de creación. Yo fui a una escuela de diseño y vi
problemas a veces más interesantes que una pintura. Por eso empecé a usarlo. No
soy diseñador, no hago sillas para vender, todo lo que hago es para exhibir.
Estudié escultura y pintura. Soy de la generación que empezó a usar computadora
en los 80, cuando estaba en la escuela».
El
contacto que se produce en el espacio público, puntualizó, es diferente. «Uno
tiene que inventar la forma en que van a consumir la obra, es algo que no se
puede controlar. Por eso hago piezas que están en el museo y fuera de este, en
locales que no son tradicionalmente de arte. El espacio es como el “frame”, el
contexto que uno trata de manejar para producir problemas estéticos. Eso es lo
que yo hago. Somos las únicas personas en el mundo a quienes otros van a ver
para que les muestren lo que hicimos», concluyó.
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