lunes, 9 de abril de 2012

Un cubano en el Titanic

por Waldo Fernández Cuenca

Con la publicación en Internet de la lista completa de pasajeros del trasatlántico más famoso de la Historia , se ha podido confirmar un hecho desconocido por la mayoría de los cubanos: la muerte en tan histórico hundimiento de una persona residente en la Isla.
Corría el año 1891. Cuba eliminaba a pasos agigantados viejas trabas esclavistas y abrazaba un pujante capitalismo que exigía fuerza laboral a gran escala, era Cuba tierra de oportunidades. Así llegó a La Habana con sus escasos quince años el avilesino Servando Ovies, en una de esas grandes oleadas de asturianos a América. Venía a trabajar en la fábrica de ropas de su tío José Rodríguez, con un solo sueño: levantar fortuna.
“Empezó limpiando baños. Era un hombre muy habilidoso y trabajador, no tardó en ascender de posición, fue adquiriendo conocimientos del manejo de la empresa, la cual despegó definitivamente después de su llegada”, cuenta su nieto quien lleva el mismo nombre.


 
Servando Ovies Rodríguez (asturiano-cubano).
Servando Ovies Rodriguez

Debido al crecimiento que la empresa tuvo en los primeros años de la naciente república, fue necesario importar materias primas de la lejana Europa, cuna de grandes telares. Y Servando, que logró convertirse en codueño de la fábrica y hombre de dinero, realizaba con frecuencia estos viajes al Viejo Continente en busca de ventajosos contratos con los proveedores.

EL ÚLTIMO VIAJE

Lo reclaman los negocios. Mas este viaje es diferente, visitará a su madre en Avilés, la tierra donde abriera los ojos por vez primera. Recorrerá Francia e Inglaterra para importantes citas de trabajo, y su regreso a América, después de varios meses fuera de su hogar, no será precisamente a Cuba. Nueva York lo espera para otras citas de negocios. Ante tan prolongada ausencia, su esposa desea acompañarlo; él se lo impide, pues por su avanzado estado de gestación es peligroso asumir tan agotadores viajes.

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En París lo sorprende la rimbombante noticia de la partida del Titanic, un coloso, un gigante transoceánico considerado insumergible, una belleza de la ingeniería naval dispuesta a romper todos los récords allende los mares. No titubea en su decisión, la fecha y el dinero lo acompañan, y un camarote de primera clase en el Titanic bien vale un regreso a América.



Embarca en Cherburgo, penúltima parada del barco. Allí, curiosamente aborda también el multimillonario más grande entre todos los pasajeros: el estadounidense John Jacob Astor, que regresaba a EE.UU. luego de una larga luna de miel. Según La Nueva España revista asturiana que descubrió el caso de Servando en 1998, el hombre llevaba consigo en el camarote doce cajas de algodón y puntillas, fletados a su nombre por la compañía neoyorkina Clafin H.B. & Co.


En la madrugada del 14 de abril, mientras el Titanic navegaba a toda velocidad por las tranquilas y frías aguas del Atlántico Norte, la tripulación detecta un enorme iceberg y hace girar la nave a toda velocidad para evitar la colisión. Pero es demasiado tarde: el impacto es inevitable. El capitán ordena revisar el barco, y el diseñador Andrew Hutchkins, después del pesquisaje, predice lo increíble, el Titanic se hundirá a más tardar en dos horas. Cinco de sus compartimentos estaban “heridos ” de muerte. El hundimiento ocurrió a nueve millas de la isla de Terranova y constituye hasta nuestros días uno de los mayores desastres marítimos en tiempos de paz.



La noticia de la catástrofe es pólvora que se riega por todos los confines del planeta y Eva López del Vallado, esposa de Servando, no puede creer en tan nefasto destino para su amado. El Comercio, un diario habanero de la época al servicio de los emigrados españoles en la Isla , se hizo eco de la suerte de Servando, no había mucho que hacer, el asturiano era parte ya de la zaga del Titanic, tenía 36 años al morir.
“Dicen que mi bisabuela se volvió como loca, gastó toda la fortuna de la familia buscándolo, donde quiera que surgían noticias de inmensos cementerios, allí iba, a ver si encontraba el cuerpo de su esposo”, cuenta su biznieta, Ivonne López.

titanic

“Fue a Europa, y por último a Halifax, en Canadá, donde se encuentra el mayor camposanto de muertos por el desastre. Allí dicen que estuvo su cuerpo”, asegura Ivonne.
La investigación de La Nueva España da cuenta de que el cuerpo de Ovies, junto a otros 189 cadáveres, fue rescatado por el barco norteamericano Mackay Bennett y trasladado posteriormente a Halifax. Su primo José Antonio Rodríguez, compañero en la aventura de la emigración, viajó hasta Canadá a reconocer su cuerpo. Se cuenta que exhumó el cadáver y le dio cristiana sepultura el 15 de mayo de 1912.

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Mas la familia Ovies no da fe de esa versión. “Nunca se pudo saber con seguridad si su cuerpo lo sepultaron en Halifax o no, nosotros no tenemos esa certeza”, asegura Servando, nieto del fallecido.


DE CASA A PALACIO

El Palacio de Cristal, símbolo de la fortuna de Servando Ovies, surge en 1850, en un pequeño lugar de la calle Mercaderes y debe su nombre a la fama mundial que adquirió en aquel momento el Palacio del Cristal de Hielo, en Londres, en los años de mayor esplendor de la reina Victoria de Inglaterra. En 1898, en medio de la terminación de la Guerra de Independencia, se traslada a la esquina de Muralla y Habana, donde radica hasta 1922 cuando se asienta definitivamente en Aguiar 569.
A partir de la culminación de la guerra, su despegue es acelerado, pues de una modesta fábrica expendedora de telas terminadas en Europa, se convierte en una sólida empresa de ropas, por su alta calidad en la confección de sábanas, pitusas y guayaberas.


Hoy, la otrora sedería es un almacén de la empresa Haba-guanex, perteneciente a la Oficina del Historiador, sus trabajadores solo saben que alguna vez fue una gran fábrica de ropas y tejidos. La estrecha calle Aguiar, en la Vieja Habana , y sus vecinos desconocen esta historia, el tallado e imponente letrero de El Palacio de Cristal ha visto enmudecer el ruido de sus máquinas y el sentir de sus selectas telas, pero no olvida a Ovies, el asturiano del Titanic.

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