Tomado de Juventud Rebelde
Yelanys Hernández Fusté
19 de Diciembre del 2011
Detrás del seguidor de un género, hay toda una filosofía de la música. Pensaba en ello mientras Gonzalo Rubalcaba hablaba de cuánto el jazz había cambiado su existencia. El pianista es del criterio de que el género va más allá de la innovación melódica para incorporar en quienes lo interpretan toda una actitud hacia la vida.
«Es un modo de pensar», explicó a JR, minutos después del concierto que ofreciera junto a su proyecto, el sábado último en el Teatro Mella.
Por un lado, explica, «el jazz permite una serie de exploraciones, pero por otro exige un perfeccionamiento y un rigor en el orden técnico».
Jazzista sin discusión, Rubalcaba nació en La Habana en 1963 y se graduó en el Instituto Superior de Arte en 1983. Residente en Estados Unidos en la actualidad, el músico cubano ha brillado en los escenarios internacionales y de la Isla por su estilo muy personal, algo que pudimos apreciar en las tres apariciones en que le vimos en el recién concluido 27 Festival Internacional Jazz Plaza.
La cubanía puebla su obra creativa y su vida personal, algo que apreciamos en su breve aparición en el concierto inaugural del evento. Luego, fue mucho más profundo en ella en la clase magistral que ofreciera a estudiantes de música y, por supuesto, en su actuación sabatina.
En esta última nos adelantó lo que trae Siglo XXI, su más reciente álbum. Del volumen explica su juicio al seleccionar el repertorio. Quiso que allí estuvieran «compositores de diferentes edades, culturas, procedencias. Porque lo que hoy en gran medida consumimos, exploramos, nos empuja en una dirección. Y eso tiene que ver con un pasado que trabajó con esas miras, con el deseo de dejar algo que sirviera a los que vendrían después.
«El sábado fue un momento para presentar una muestra de lo que es ese disco. Con ausencia de dos temas —en los que participa como invitado el guitarrista africano Leonel Leuke—, todo lo que se hizo pertenece a él.
«La última pieza que interpretamos fue Nueva cubana y tiene que ver con mis comienzos musicales. Otra de mi autoría fue Fifty, que está más dentro del movimiento funk, muy de células métricas y de un leguaje melódico americano.
«La primera obra que se tocó pertenece al bajista del grupo. Incluimos otra de Paul Blake, un músico no muy seguido por la gran mayoría dentro del género, pero fue de los que insistió en que el free jazz y el lenguaje aleatorio eran un hecho creativo, donde se podía innovar. Costó mucho trabajo que un movimiento como ese se aceptara. Pero 50 años después, se está tomando en cuenta su obra.
«De Bill Evans fue la segunda pieza que tocamos, titulada Time to remember. La tercera pertenece al pianista Lennie Tristano, que marcó pauta por su forma de abordar el lenguaje jazzístico. Así que vimos varios temas que pertenecen a distintas épocas y estilos».
—Muchos jazzistas han dicho que no es necesario elevar este género a la altura de la música clásica, porque es un género mayor. ¿Qué piensa sobre ello?
—El jazz se ha convertido en una fuente de consulta, de inspiración. No solamente por los músicos que lo interpretan, sino por otros que vienen de lenguajes diferentes, como puede ser la música clásica, cuyos intérpretes desarrollan una disciplina y una aptitud de trabajo constante. Igual nos sucede a los jazzistas.
«Sin embargo, no se puede hablar del jazz como un género. Es un estilo que permite la colaboración constante con otros órdenes creativos. Ya está demostrado que roqueros, músicos clásicos, conjuntos folclóricos..., todos, de alguna manera, han visto una posibilidad de trabajar con jazzistas y viceversa.
«El jazz recoge continuamente lo más sofisticado, profundo, enérgico y novedoso de cada rincón natural. No se queda esperando a que se reconozca en sus códigos básicos, en lo que le dio origen. Y vive porque está en una constante evolución y confrontación con otros géneros».
—El trompetista norteamericano Wynton Marsalis ha dicho que el jazz se sale de su raíz armónica, para convertirse en una actitud ante la vida.
—Totalmente de acuerdo con ello. Es un modo de proyectarte. Lo puedes hacer a través de este género, como pudieron hacerlo los impresionistas en la plástica. Pero acá tenemos libertades increíbles y esto hace que hoy en día el estilo despierte tanto interés en los jóvenes.
—En la clase magistral que ofreció a jóvenes instrumentistas dio su visión de la cubanía. ¿Cómo verla en su obra actual y en esa vida que también tiene fuera del arte?
—La música que compongo procede de raíces genuinamente cubanas, y más que nada, afrocubanas. Me mantengo asiduamente en una revisión de los cantos, los toques, las fábulas que tienen que ver con nuestras creencias religiosas de origen africano, en cómo las hemos absorbido y de qué manera influyen en la vida cotidiana y en los sueños nuestros.
«Todos los días encuentro riquezas, valores, que me llevan a la certeza de que son propios de usarse. Los utilizo en mi obra pianística y cuando pienso en colectivo.
«En algunas ocasiones suele ser la literatura, como me pasa ahora, que después de muchos años de leerlos, vuelvo a cuatro tomos de las Obras Escogidas de José Martí y de repente me digo: “Quiero ver cómo se entiende este pensamiento martiano después de un tiempo vivido, con una edad determinada y con cosas más o menos hechas”. Es una forma también de vincularme a Cuba».
—¿Qué proyecto inmediato tiene ahora?
—Salgo el 26 de este mes para Italia. Estaré con mi proyecto allí hasta el 3 de enero. Se trata de un festival de invierno, cuya característica es que los invitados tocan todos los días del certamen. Es la primera vez que no pasaremos el fin de año con nuestras familias, pero disfrutaremos de la música.
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