jueves, 15 de diciembre de 2011

Los Poseidos



 Eduardo Del Llano
Como le ocurre a casi cualquier cubano que viva en la isla, buena parte de mis amigos ha emigrado. En lo que me concierne, ninguno ha dejado de ser mi amigo por eso. Creo que todos hemos tenido razones para considerar marcharnos –económicas, políticas, las que sean, sin olvidar a quienes vieron agredida su dignidad por razón de su comportamiento sexual, su credo o sus ideas acerca de lo que es mejor para su patria, e incluso porque escuchaban la música del enemigo- y la verdad es que cada vez resulta más difícil entender, no a quien se va, sino al que se queda.
Si respeto muchísimo a los emigrados –incluso mi mujer es una- en cambio detesto a los extremistas. Hay una subespecie de individuos que por huirle al rojo (o al verde, según se mire) se atrinchera al otro extremo del espectro. Aunque muchos de ellos no recibieron ni un cocotazo en su país natal –algunos lo hubieran querido, cómo no- no hay nada ni nadie en la sociedad cubana a salvo de su odio. Son quienes, si hay diez explicaciones posibles para una medida del gobierno, apuestan invariablemente por la más siniestra; los que, si algún opositor muere atendido en un hospital, aseguran que lo mató la Seguridad; los que abogan por ideas tan delirantes y ofensivas como que Cuba probó la independencia y no resultó, así que lo mejor para su patria en las presentes circunstancias es volver a ser parte de España.
Los hay que, aunque se marcharon de su país en el primer chance sin haberse comprometido en actos de protesta cívica de mayor envergadura que mirar atravesado el Comité Central o limpiarse el culo con el Granma (y ahora cacarean allá afuera y viven más pendientes del Granma que quienes nos quedamos en Cuba) retuercen curiosamente la historia y la semántica para decir que ellos, los que abandonaron el campo de batalla, son los valientes. Su ausencia dura diez, quince, veinte años, pero en su mente nada ha cambiado en el país que dejaron atrás. Como tampoconada hecho en Cuba les parece bueno, y les escuece si tiene éxito; ninguna crítica, ningún razonamiento vale para ellos si no es una crítica demoledora: ni siquiera Silvito o los Aldeanos les parecen lo bastante audaces. Desde la –muy relativa- comodidad de su nido en un cachito del Primer Mundo, aseguran que la izquierda y la derecha han perdido sentido, que el mundo actual pivota únicamente sobre democracias y dictaduras, entendiendo democracia como una suerte de patente de corso que justifica represión en el suelo que habitan y guerras sin motivo en los suelos que molestan. Tienen a sus espaldas a los indignados –parte visible de un enorme iceberg de insatisfacción social- pero no pueden apartar la vista del objetivo del microscopio, enfocado en un empujón dado en la Habana.
No sabría decir quiénes son peores, si los intelectuales que tuvieron cierto calibre en Cuba y no han conseguido –ni conseguirán jamás- hacer nada que los aúpe en el suelo que ahora los cobija y donde nadie esperaba por ellos o los necesitaba, o los subnormales con un blog en la mano -y la posibilidad de husmear en blogs ajenos- que con un aplomo increíble desbarran sobre temas que desconocen por completo o intentan zaherir a personas con una estatura artística, moral o simplemente humana que los deja reconvertidos en pigmeos. Dan por sentado que el mérito en Cuba es sospechoso y sólo puede ser político, que si un cubano sobresale un poco, sobre todo en lides culturales, es un agente de la Seguridad que se toma unas cervezas con su oficial durante el fin de semana. Es comprensible: aceptar otra cosa sería reconocer de facto que tal vez la que asumieron no era la única salida.
Gente como la que describo –o como sus iguales en el lado oficialista- sólo complicará el futuro de Cuba, sea este cual sea, porque si de algo estamos urgidos los cubanos es de tolerancia y objetividad. Necesitan reescribir la historia de Cuba pasada y presente, burlarse de sus héroes y sus grandes hombres, renegar de todo lo que pueda ser sagrado para un cubano –antiguas amistades incluidas- porque así se sienten más libres. Infelices. Están poseídos por una rabia diabólica. No se han limitado a marcharse a otra tierra: están poseídos por ella. De hecho, están poseídos en todos los sentidos.

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