sábado, 11 de febrero de 2012

Yo quisiera ser Paul Auster


LEONARDO PADURA
Texto escrito por el autor, especialmente para el libro “La memoria y el olvido”, presentado recientemente en La Habana
Hay días en que yo quisiera ser Paul Auster. No es que me importe o me hubiera gustado demasiado haber nacido en Estados Unidos (ni siquiera en Nueva York, que, como se sabe, casi no es Estados Unidos), aunque pienso que sí me hubiera encantado, como Paul Auster, haber pasado unos años en París, justo en esos años de la vida en que para un escritor París puede ser una fiesta: la época en que la ciudad luz, como vulgarmente se le suele llamar, es el mejor lugar del mundo para un aprendiz de novelista. Y eso a pesar de sus cielos grises, su metro sucio, sus camareros agresivos, tópicos sobradamente compensados con sus maravillosos museos, edificios y croissants matinales.
Cuando pienso que yo quisiera ser Paul Auster es por razones que ni siquiera tienen que ver con los premios, la fama, el dinero. No niego, sin embargo, que me hubiera gustado (muchísimo, la verdad), haber escrito La trilogía de Nueva York, Brooklyn Follies, Smoke, por ejemplo. Pero yo desearía ser Paul Auster, sobre todo, para que cuando fuese entrevistado, los periodistas me preguntasen lo que los periodistas suelen preguntarles a los escritores como Paul Auster y casi nunca me preguntan a mí -y no por la distancia sideral que me separa de Auster.
El caso es que resulta muy extraño que a alguien como Paul Auster lo interroguen sobre los rumbos posibles de la economía norteamericana, o quieran saber por qué se quedó viviendo en su país durante los años horribles del gobierno de Bush Jr. -o si dejaría su país en caso de que subiera al poder Sarah Palin. Nadie insiste en preguntarle siempre, siempre qué opina de la cárcel de Guantánamo, ni si considera que las medidas económicas de Obama sean sinceras o justas, y muchísimo menos si él mismo o su obra están a favor o en contra del sistema. En una entrevista con el afortunado Paul que acabo de leer ni siquiera le preguntan acerca de temas tan sensibles como la ardua vigilancia a la que han sido sometidos los ciudadanos norteamericanos como ganancia del 11-S, o del control de los individuos por el FBI (casi todo el mundo suele tener allí un expediente, aunque no tan voluminoso como el de Hemingway), por la agencia de seguridad nacional, por el Departamento del Tesoro y por otras entidades controladoras, bancos incluidos, que saben desde el ADN hasta la marca de papel sanitario que usa una persona (según hemos aprendido viendo series como CSI y Without Trace).
Si yo fuera Paul Auster y estuviera a favor o en contra de Obama o de Bush o de Palin, mi posición política apenas sería un elemento anecdótico, como la decisión de seguir viviendo en Brooklyn o de poder largarme a París hasta que me harte de su cielo encapotado. Porque, sobre todo, podría hablar en entrevistas, como esa recién leída, de asuntos amables, agradables, incluso capaces de hacerme parecer inteligente, cosas de las que (creo) sé bastante: de beisbol, por ejemplo, o de cine italiano, de cómo se construye un personaje en una ficción o de dónde saco mis historias y qué me propongo con ellas -estéticamente hablando, incluso socialmente hablando, pero no siempre políticamente hablando…
Pero, ya lo saben, no me llamo Paul Auster y mi suerte es diferente. Apenas soy un escritor cubano, mucho menos dotado, que creció, estudió y aprendió a vivir en Cuba (por cierto, sin la menor oportunidad de soñar siquiera con irme una temporada a París, cuando más ganancioso resulta irse a París -entre otras razones porque no hubiera podido irme a París, pues vivía en un país socialista en donde viajar- olvidemos por ahora el dinero) requería y requiere de autorizaciones oficiales. Un cubano que tenía que estudiar en Cuba y, cada año, pasar voluntariamente un par de meses cortando caña o recogiendo tabaco, como le correspondía a un germen de Hombre Nuevo, el cual se suponía yo debía desarrollar. Pero, sobre todo, porque como soy un escritor cubano que decidió, libre y personalmente, y a pesar de todos los pesares, seguir viviendo en Cuba, estoy condenado, a diferencia de Paul Auster, a responder preguntas diferentes a las que suelen hacerle a él, preguntas que en mi caso, por demás, casi siempre son las mismas. O muy parecidas.
Cierto es que un escritor cubano con un mínimo sentido de su papel intelectual y, sobre todo, ciudadano, está obligado a tener algunas ideas sobre la sociedad, la economía, la política de la isla (y, si se atreve, a expresarlas). En Cuba las torres de marfil no existen -casi nunca han existido- y desde hace cincuenta años la política se vive como cotidianidad, como excepcionalidad, como Historia en construcción de la cual no es posible evadirse. Y tras la política marcha la trama económica y social que, como en pocos países, depende de la política que destila de una misma fuente, aun cuando el líquido chorreante pueda salir por las bocas de diferentes leones que, al fin y al cabo, comparten un mismo estómago: el Estado, el gobierno, el partido, todos únicos y entrelazados. Por tal razón, la política, en Cuba, es como el oxígeno: se nos mete dentro sin que tengamos conciencia de que respiramos, y la mayoría de las acciones cotidianas, públicas, incluso las decisiones íntimas y personales, tienen por algún costado el cuño de la política.
Hay escritores cubanos que, desde un extremo al otro del diapasón de posibilidades ideológicas, han hecho de la política centro de sus obsesiones, medio de vida, proyección de intereses. La política les ha pasado de la respiración a la sangre y la han convertido en proyección espiritual. Unos acusando al régimen de todos los horrores posibles, otros exaltando las virtudes y bondades extraordinarias del sistema, ellos extraen de la política no solo materia literaria o periodística, sino incluso estilos de vida, estatus económicos más o menos rentables, y especialmente, representatividad. Para ellos -y no los critico por su libre elección ideológica o ciudadana- la denuncia o la defensa política los define a veces incluso más que su obra artística y muchas veces las precede.
No está de más recordar que la compacta realidad politizada hasta los extremos que ha vivido Cuba en las últimas décadas no podía dejar de producir tales reacciones entre sus escritores y artistas. Y tampoco se debe olvidar que la proyección pública e intelectual detentada por muchos creadores ha dependido de esa coyuntura dominada por la política, la cual, parafraseando a Martí (tan político en buena parte de su literatura) les ha funcionado como pedestal, más que como ara. Pero no menos memorable resulta el hecho de que ese escritor, por vivir o provenir de un contexto como el cubano, arrastra consigo (quiéralo o no) la responsabilidad de tener unas opiniones políticas sobre su país (mientras más radicales y maniqueas, mejor), por la simple razón de que no tenerlas sería físicamente imposible e intelectualmente increíble. Solo que, obviamente, para algunos de ellos la política es una responsabilidad, como debería ser; para otros un modo de acercarse al calor y a la luz, y a veces hasta de poder llevar un látigo con el cual marcar las espaldas de los que no piensan como ellos.
A diferencia de Paul Auster, el escritor cubano de hoy -es mi caso, y de ahí mi envidia austeriana- empieza a definirse como escritor por el lugar en que resida: dentro o fuera de la isla. Tal ubicación geográfica se considera, de inmediato, indicador de una filiación política cargada de causas y consecuencias, también políticas. Nadie -o casi nadie, para ser justos- lo acepta solo como un escritor, sino como un representante de una opción política. Y sobre tal tema se le suele interrogar, en ocasiones con cierto morbo, y por lo general esperando escuchar las respuestas que confirmen los criterios que el interrogador ya tiene en su mente (todo el mundo tiene una Cuba en la mente): la imagen del paraíso socialista o la estampa del infierno comunista.
La parte más dramática de no poder gozar de los privilegios de hablar sobre literatura de que disfruta alguien como Paul Auster llegan cuando el escritor, por la razón que fuere, decide vivir y escribir en Cuba. Tal opción, por personal que sea, lo ubica de un lado de una frontera muy precisa. Y si por casualidad ese escritor expresa criterios propios, no cercanos e incluso lejanos de los oficialmente promovidos, ocurre una perversa operación: sobre él caen las acusaciones, sospechas o cuando menos recelos de los talibanes de una u otra filiación. (Sobre este tema, como de beisbol, también sé bastante. En mi espalda llevo marcas de varios tipos de látigos).
El lado más circense de este drama lo constituye la condición de pitoniso, astrólogo o babalao que se espera tenga un escritor que, por ser cubano y solo para empezar, debe conocer de economía, sociología, religión, agronomía, etc., además, por supuesto, de ser experto en política. Pero, sobre todo, por tal condición de gurú debe tener la capacidad de predecir el futuro y ofrecer datos exactos de cómo será, y fechas precisas de cuándo llegará ese porvenir posible.
Como debe suponer -o quizás hasta saber- quien haya leído los párrafos anteriores, además de no ser Paul Auster, yo soy un escritor cubano que vive en Cuba y, como ciudadano de la isla, en muchas ocasiones atravieso circunstancias similares a las del resto de mis compatriotas, comunes y corrientes (neurocirujanos, cibernéticos, maestros, choferes de guaguas y gentes así), afincados en el país. Respecto a la mayoría de ellos (no lo niego), tengo privilegios que, espero, he tenido la fortuna de haber ganado con mi trabajo: publico en editoriales de varios países, vivo modesta pero suficientemente de mis derechos como escritor, viajo con más libertad que otros cubanos (sobre todo que los neurocirujanos), e incluso, gracias a un premio literario ganado en 1996, pude comprarme el auto que tengo desde 1997 y que tendré hasta sabe Dios cuando en este, mi país de prohibiciones…
Tengo además, vamos a ver, una casa que construí comprando y cargando cada ladrillo colocado en ella, una computadora que nadie me regaló e, incluso, acceso a internet (sin habérselo mendigado a nadie). Pero, como muchos de esos cubanos con quienes comparto espacio geográfico, debo “perseguir” ciertos bienes y servicios, buscar un “socio” para llegar más rápido a una solución (incluso sanitaria, tal vez con un amigo neurocirujano), ser “generoso” con algún funcionario para agilizar la realización de un trámite y, algún que otro día, debo cargar un par de cubos de agua extraídos de un pozo que cavó mi bisabuelo, pues el acueducto nos puede haber olvidado por varios días. Entre otras peripecias rocambolescas en las cuales no me imagino envuelto -a juzgar por las entrevistas que suelen hacerle- a un escritor como Paul Auster.
Lo curioso, sin embargo, es que aun cuando muchas veces quisiera transfigurarme en Paul Auster, por el hecho de ser un escritor cubano ese deseo no me compete: la vida de mi país, lo que ocurre en mi país, mis opiniones sobre la sociedad en donde vivo no pueden serme lejanas. La realidad me obliga a lidiar con un tiempo en el cual, como escritor, cargo una responsabilidad ciudadana y una parte de ella es (sin tener por ello que ser adivino, sin tener que alejarme de las gentes entre las que nací y crecí) dejar testimonio, siempre que sea posible, de arbitrariedades o injusticias cuando estas ocurran, y de pérdidas morales que nos agreden, como seguramente también hace Paul Auster cuando los periodistas lo abocan a tales temas: porque es un verdadero escritor y porque también él debe tener una conciencia ciudadana.

viernes, 10 de febrero de 2012

Un plan para una bahía. Futuro del Puerto de La Habana.

El ultimo numero de la revista Opus Habana, publicación de la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana, ha dedicado un articulo al ambicioso proyecto de renovación de la Bahía de la Habana.

Como referencia se han tomado los proyectos llevados a la practica en el puerto de San Juan, Puerto Rico;el caso de Puerto Madero y la Reserva Ecológica de Costanera Sur en Buenos Aires ademas de el puerto de Hamburgo.  

Este plan ira de la mano de la construcción en el oeste de la Habana de un gigantesco puerto comercial en la Bahía de El Mariel, así toda actividad marítima dedicada al transporte de mercancías, etc , se trasladara para esa localidad y el puerto de la Habana se dedicara exclusivamente para cruceros y marina de yates. 

Las obras en El Marial están bastante avanzadas gracias a una cuantiosa inversión brasileña y han recibido la visita tanto del expresidente Lula da Silva como de la presidenta Dilma Rousseff.

Al ver este proyecto mucho incrédulos dudaran de que pueda llegar a la realidad y que no son mas que elucubraciones descabelladas de un grupo de arquitectos sobre el papel. Pero eso mismo se pensaba hace años cuando se hablaba de un Centro Historico habanero restaurado y ahí esta como orgullo de la ciudad. Hay que ver lo que se ha hecho en solo 12 años, del 2000 a la fecha. Así que no hay por que dudar que en otros 10 años veamos realizarse una buena aparte de este plan. Claro que los proyectos muchas veces no se realizan al 100 por ciento, pero con lo amplio que es este con un 60 por ciento que se llegue a materializar ya seria algo fabuloso. 

Aquí van algunas referencias visuales de la zona de la Bahía de la Habana y de la Avenida del Puerto junto a las de las ciudades extranjeras que serán tomadas como referencia.



Exterior de los antiguos almacenes portuarios San Jose en la Avenida del Puerto de La Habana restaurados y  convertidos en mercados de artesanías.
Interior de los antiguos almacenes almacenes San Jose
Uno de los viejos muelles que sera intervenido arquitectonicamente.
Sección del antiguo edificio de Aduanas convertida en Terminal de Cruceros Sierra Maestra. La vista esta tomada desde la torre del convento de San Fransisco de Asis.



Sección aun sin restaurar de el antiguo edificio de Aduanas que debe incorporarse a una ampliación de la terminal de cruceros. Las leyes norteamericanas, que impiden que buques que toquen puertos cubanos lo hagan luego en puertos de EUA durante un periodo de tiempo impide la ampliación del sector de cruceros en Cuba. La mayoría de los paquetes de crucero incluyen ciudades como San Juan, Fort Lauderdale o Miami, por lo que incluir a La Habana en estos paquetes es legalmente imposible par las empresas de cruceros.
Aquí se pueden apreciar las dimensiones del edificio, por encima del techo del antiguo convento de San Francisco, hoy sala de conciertos y museo de arte religioso. Las torres coronan cada muelle, el edificio cuenta con cuatro , en la foto solo se observan dos. Solo la sección mas cercana a la entrada esta restaurada para cruceros, el resto están ocupadas por oficinas de la Capitanía del Puerto.

          Vista de la Avenida del Puerto desde el interior de la bahía, resalta la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Crucero en La Habana, de izquierda a derecha se observan, la Terminal de Cruceros, la torre del convento de San Francisco de Asis, el edificio de la Lonja del Comercio que se dedica a la renta de locales empresariales y una de las casas que albergan la Oficina del Historiador, entidad que dirige la restauración de la ciudad.
Muelle de la Terminal de Cruceros, a la derecha sin restaurar a la izquierda ya restaurada, mas allá del edificio se ve a la izq.  la cúpula de la Lonja del Comercio y al centro la Torre del convento de San Francisco. la foto es inusual, ya que habitualmente los cruceros atracan por el lado exterior del muelle como en la foto anterior.
Viejos muelles del Puerto de La Habana que serán utilizados.
Vista de la Avenida del Puerto de La Habana desde el otro lado del canal de entrada a la bahía.

Velero entrando a la Bahía de La Habana


Proyecto para el Puerto de San Juan, Puerto Rico.
Antiguos muelels del puerto de San Juan, Puerto Rico en los años 60.

Uno de los muelles del puerto boricua en la actualidad.
Paseo en el Puerto de San Juan, Puerto Rico.
Restaurant al aire libre en el puerto de San Juan, Puerto Rico



Reserva ecológica de Costanera Sur en Puerto Madero, Buenos Aires



Paseo restaurado en Costanera Sur, Buenos Aires.
Vision panorámica de Puerto Madero, Buenos Aires, a la derecha se observan los antiguos almacenes reutilizados.
Almacenes restaurados en Puerto Madero, Buenos Aires
Paseo en Puerto Madero , Buenos Aires
Plano del Puerto de Hamburgo, Alemania . En colores el área que sera restaurada , se prevee estará completo en el 2025

Imagen digital muy realista de como quedara el puerto de Hamburgo.



Imagen digital muy realista de como quedara el puerto de Hamburgo.